Antonio Cano: "Nuestra causa es justa y venceremos al fascismo"
Cuando José [José Sanches Montes] y yo nos encontrábamos en el hospital, recibíamos correspondencia de nuestros regimientos, que estaban en el sector de Kursk. Entre las cartas llegaban noticias de nuestro amigo y compatriota Antonio García Cano; también fue piloto de la República Española y se había portado bien.
Unos meses antes de comenzar los combates por la ciudad de Kursk, Antonio Cano y su guiado, primer teniente Víctor Chuprikov, tuvieron un combate poco corriente y por cuyo cumplimiento fueron agasajados por A. V. Evséiev, teniente general de aviación y Héroe de la Unión Soviética. Era el 12 de octubre de 1942. Los alemanes volaban poco por Urázovo, sus servicios comprendían solamente reconocimientos aislados. El sol no había tenido tiempo de disolver la niebla matutina, cuando el avión Heinkel-111 pasa por la vertical del aeródromo. Enseguida, sin un segundo de demora, los dos motores están en marcha, el del avión de Cano y el de su compañero.
Fueron varios los ataques de los dos cazas, pero no daban resultado. El avión enemigo respondía enconado con sus ráfagas certeras. Cano y Chuprikov no sabían que el aparato enemigo estaba equipado para vuelos de reconocimiento y tenía blindados los motores y los tanques de combustible. Los parabrisas eran a prueba de balas. En el avión iban montadas varias cámaras fotográficas de gran poder resolutivo. La tripulación estaba compuesta por cuatro oficiales de alto rango del servicio de inteligencia alemán. Dos de ellos tenían varias órdenes y el observador había sido condecorado con una orden por los méritos en la Guerra Civil de España en 1936-1939.
El aparato alemán regresaba de un reconocimiento por nuestra profunda retaguardia: ciudades de Potlava, Oriol, Kaluga, Moscú, Vladímir, Gorkiy, Saransk, Penza, Sarátov y Vorónezh.
Cano mete al enemigo en la mira, tomando el ángulo acertado de ataque, aprieta el botón disparador y envía las últimas balas que le quedaban. La ráfaga resulta larga, despiadada. De pronto se corta el hilo de fuego, tira de la manecilla de recarga, aprieta de nuevo el botón, pero sigue reinando el silencio: las máquinas se quedaron sin municiones. Cuando ya lo creía todo pedido, ve cómo la barriga reluciente del avión enemigo tropieza con la tierra rojiza, da un salto monstruoso, fantástico y se pierde envuelto en una nube de polvo saturada de humo y quejidos del metal.
El capitán Antonio Cano y el primer teniente Víctor Chuprikóv hacen un viraje a prudente distancia del Heinkel derribado, marcan en el mapa el lugar y vuelven al campo para regresar en seguida en el U-2 del regimiento, con dos soldados armados.
Al llegar, vislumbran la silueta grande del Heinkel en medio de la pradera. Cano se desvía un poco como medida de seguridad, pues la tripulación puede abrir fuego desde tierra con la ametralladora de la torreta de cola, pero no hay ninguna señal de vida. Aterrizan con el U-2 no muy lejos del Heinkel y avanzan con precaución hacia el avión; pero al llegar, notan que está abandonado, dentro del aparato no hay nadie. Se ven los efectos de los impactos por todo el fuselaje, huellas de sangre… Siguen por tierra les marcas de las pisadas de botas, suben un pequeño montecillo cubierto de arbustos achaparrados, examinan cada lugar donde pudiera ocultarse el enemigo.
Al salir al monte, unos doscientos metros más abajo, se distinguen unas casas campestres semiderrumbadas. Al acercarse, ven a un muchacho de unos 12 o 14 años, que corre a hurtadillas de una casa a otra.
- ¡Eh!.. – le grita Cano desconfiado. - ¡Ven acá!
El muchacho, foráneo y tímido, con voz apagada por el miedo, les indica algo con la mano, mientras tanto va diciendo algo, poco entendible:
- ¡Camaradas!.. ¡Camaradas!.. Allí, están allí…
Antonio, después de agradecer al muchacho la información trasmitida, se dirige con los dos soldados hacia una casa destruida, que antes sirviera de sauna a la población de la aldea.
Los dos alemanes heridos no ofrecen ninguna resistencia, les llevan hasta el U-2 y comienzan a meterlos en la cabina; pero uno de ellos no quiere subir, se resiste, grita a voz en cuello, como si le estuvieran degollando:
- ¡Russ faner…Russ faner!
Cano se aproxima al fascista, es el observador de la tripulación, y como no conoce el alemán, se dirige a él, chapurreando un poco de francés, mezclado con el español. El alemán se hace el mudo, no contesta. El otro, que quedó tumbado en la tierra con la cabeza apoyada sobre una piedra, se incorpora un poco, al oír las palabras de Antonio mira por los lados, receloso y salvaje diciendo:
- ¿Usted? ¿Usted?.. – y de pronto queda callado pensativo, pero al minuto prosigue, - ¿Tú is espagnol?..
Antonio se aproxima más al prisionero alemán y descubre con la mano las decoraciones que éste lleva de bajo del mono de vuelo. Entre otras, se puede ver las que los hitlerianos daban a los aviadores de la Legión Cóndor, que actuaron en España.
- Este hijo de perra combatió en España, -les aclara a los soldados, indicánoles la condecoración que cuelga del pecho del fascista.– Es posible que alguna vez nos hayamos encontrado por aquellos cielos; aunque ellos no eran muy partidarios del combate aéreo contra nuestros cazas, preferían bombardear y ametrallar pueblos y ciudades indefensas, las caravanas de evacuados en las carreteras…- y volviéndose de cara al alemán, Cano prosigue:
- Sí, soy español; ahora aquí los españoles junto con el gran pueblo soviético, combatimos por la sagrada causa de la libertad de los pueblos, contra el fascismo. Nuestra causa, y también le del pueblo alemán, es justa y venceremos al fascismo.
El soldado que se encuentra más cerca del fascista, se asoma por encima del hombro de Cano y le grita en ruso:
- ¡Caput, alemán, caput!... Combatiste en España; ¿Ahora viniste a combatir contra Rusia? Pues te atragantaste con la tierra rusa. ¡Hitler, también caput!
Más adelante, Antonio García Cano, con todos los pilotos de su unidad, toma parte en las operaciones del 'Arco de Kursk', cubriendo, particularmente, los nudos ferroviarios, donde se acumula el personal y el material.
El día 6 de julio de 1943, los Yak despegan por alarma. Ponen rumbo hacia la estación de Valuiky para rechazar el ataque de los bombarderos enemigos. Esta vez Cano va en pareja con el alférez T. Shevchénko. Toman 4.500 metros de altura y divisan en el Oeste, a 500 metros más abajo, el primer grupo de aviones enemigos. Antonio comunica al Estado Mayor del Regimiento la situación y atevido, enfila su aparato hacia el enemigo. Por encima de los bombarderos se ven otros dos Yak, que pelean contra los Messer de protección. Hasta cincuenta aviones hay en el aire, entre los Heinkel y Junkers. Ellos no esperaban tanta valentía de los dos cazas soviéticos, a lo mejor los hubieran tomado por aviones propios y no les dieron mucha importancia; pero pronto tienen que reconocer su error, cuando Cano, seguido por su compañero, ataca la compacta formación, empleando la superioridad de altura y la velocidad, rociando al enemigo con los proyectiles de sus cañones. Cuatro aparatos fascistas son abatidos en este combate. El enemigo tiene que tirar las bombas fuera de los objetivos y huir.
Muchos serían todavía los combates y encuentros con el pérfido enemigo en los que participaría Antonio Cano hasta la plena capitulación del fascismo. Hoy, un piloto español vuela en la operación de Kursk como segundo jefe de escuadrilla. Al terminar la guerra, su pecho patentiza su actuación: la orden de la Bandera Roja y doce medallas.
Texto cedido por cortesía de Dolores Meroño Pellicer, la hija del héroe Francisco Meroño Pellicer, aviador español, que también luchaba en la URSS contra fascismo. Francisco Meroño Pellicer 'De nuevo al Combate. Aviadores Republicanos en el cielo soviético. Memorias de un piloto de caza de la II Guerra Mundial', Madrid, 2005, pp.205-210
En la foto principal el avión nazi, caido tras la batalla en Stalingrado, donde participaba Antonio Cano.