En la década de 1930, las relaciones entre la URSS y Japón comenzaron a caer hasta un punto crítico.
Cuando el Imperio nipón llevó a cabo su expansión en China y ocupó Manchuria, las relaciones entre Tokio y Moscú se embarcaron en una creciente tensión, pasando de la neutralidad a enfrentamientos armados abiertos en el Lejano Oriente. Aunque la URSS intentó estabilizar la situación, Japón respondió con provocaciones y la formación de un bloque militarista con Alemania, lo que condujo a nuevos conflictos fronterizos.
En este contexto, el Estado Mayor japonés planeaba utilizar armas bacteriológicas directamente durante las operaciones ofensivas contra el Ejército Rojo con el fin de neutralizar su fuerza y, en caso de retirada de las tropas japonesas, infectar el territorio abandonado para provocar epidemias masivas entre las tropas enemigas y la población civil (aunque el Protocolo de Ginebra de 1925 prohibía el empleo, en la guerra, de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos).
Con este fin, se crearon en Manchuria –donde el Imperio de Japón estableció un Estado títere– dos escuadrones dedicados al desarrollo de armas bacteriológicas y al estudio de sus métodos de aplicación en combate.

Unidades 731 y 100: 'incubadoras' de la muerte
La Unidad 731 del Ejército Imperial Japonés fue fundada en la década de 1930 cerca de la ciudad de Harbin por el Gobierno japonés como una agencia para promover la salud pública y tenía como objetivo llevar a cabo investigaciones que beneficiaran a los soldados japoneses, como aprender más sobre las formas en que el cuerpo humano puede soportar el hambre y la sed y combatir enfermedades. Sin embargo, a medida que la guerra se intensificaba, sus funciones pasaron a consistir únicamente en el estudio de métodos de sabotaje bacteriológico contra la URSS, China y EE.UU. y la realización de experimentos con seres humanos.
El escuadrón, dirigido por el microbiólogo y cirujano militar Shiro Ishii, tenía su propio aeródromo, sus propios aviones y su propio campo de pruebas. Posteriormente, las tropas soviéticas descubrieron que había varias fábricas para la creación de bombas 'especiales' y proyectiles de artillería para rellenar con material bacteriológico. También contaba con su propia prisión y su propio crematorio, donde se incineraba el material utilizado.
La Unidad 100 era más pequeña que la anterior y se ubicó en Mokotan, un pueblo al sur de la ciudad de Changchun. Fue operada por el Kenpeitai, la policía militar del Imperio de Japón y enmascarada como una división para la prevención de enfermedades en caballos de guerra, pero en la práctica se dedicaba a la investigación en el campo de las armas biológicas, en particular, enfermedades que se originaban en animales.

Los dos escuadrones realizaban investigaciones y experimentos con todos los tipos de peste, ántrax, gangrena gaseosa, tifus exantemático, tifus abdominal, paratifus, disentería, cólera, fiebre hemorrágica infecciosa y el bacilo 'Burkholderia mallei', que provoca muermo. La finalidad era determinar el tipo más eficaz de agentes patógenos para el contagio masivo de personas y ganado, los métodos de aplicación militar y de sabotaje, principalmente en las condiciones del Lejano Oriente, y la producción masiva de agentes patógenos, así como de bacterias para la destrucción de cereales y hortalizas.
Las actividades de las unidades bacteriológicas se llevaron a cabo de forma más activa contra China entre 1940 y 1942; los experimentos con seres humanos y las pruebas de métodos de infección de la flora y la fauna se practicaron activamente entre 1941 y 1945, y los actos de sabotaje, entre 1944 y 1945.

Experimentos inhumanos
Para comprobar el efecto de diversas bacterias, las unidades realizaban continuamente experimentos con personas, para lo cual se mantenía en sus prisiones a rusos, chinos, manchúes y japoneses condenados a muerte, que fueron trasladados ahí de forma especialmente secreta. El proceso de infección se llevaba a cabo a través de la boca, mediante inyecciones, a través de insectos en los laboratorios y en los campos de experimentación.
"Las pruebas se realizaban con chinos y, por regla general, terminaban con la muerte. Por lo general, se mataba mediante la infección con bacterias a partisanos chinos o personas que simpatizaban con ellos. Esas personas eran trasladadas [...] desde toda Manchuria", detalló tras la Segunda Guerra Mundial a las autoridades soviéticas un bacteriólogo identificado como Kato Tsunenori, quien participó en el desarrollo de las armas en la Unidad 731. El médico señaló que también se llevaban a cabo experimentos para propagar bacterias mediante artillería. "Esto se hacía de la siguiente manera. Se llevaba a varios cientos de chinos al campo y luego se les disparaba con proyectiles llenos de bacterias de la peste, el ántrax o el cólera. Después de un tiempo, se recogían los cadáveres y a los enfermos, y se calculaba el porcentaje de contagio. De esta manera se determinaba la calidad de las bacterias", dijo.

Los científicos de la Unidad 731 también experimentaban mediante embarazos y violaciones. A los prisioneros varones infectados con sífilis se les ordenaba violar a las prisioneras y a los prisioneros varones para ver cómo se propagaba la sífilis en el cuerpo.
A las mujeres se les embarazaba involuntariamente y luego se realizaban experimentos con ellas para ver cómo afectaba a la madre y al feto. A veces se viviseccionaba a la madre para ver cómo se desarrollaba el feto.
Refiriéndose a sus víctimas como 'troncos de madera', los médicos criminales estudiaban también los límites de resistencia del organismo humano en determinadas condiciones, por ejemplo, a gran altitud o a bajas temperaturas. Para ello, se colocaba a las personas en cámaras hiperbáricas, se grababa en imágenes su agonía, se les congelaban las extremidades y se observaba la aparición de gangrena.

De acuerdo con los datos de las autoridades soviéticas, cada año, como resultado de estos experimentos, solo la Unidad 731 exterminaba con más de 3.600 personas (según diversas fuentes, el número de víctimas osciló entre 3.000 y 14.000 personas durante el funcionamiento del escuadrón). Si un prisionero, a pesar de estar infectado con bacterias mortales, se recuperaba, eso no lo salvaba de repetidos experimentos, que continuaban hasta que moría.
En cualquier caso, nadie salió vivo de esa 'fábrica de la muerte'.

La Unidad 100 también realizaba experimentos con personas. Así, un antiguo miembro, el sargento Mitomo Kazuo, confesó posteriormente a las autoridades soviéticas: "Puse como un gramo de heroína en una gacha y se la di a un prisionero civil chino, que se la comió; aproximadamente 20 minutos después perdió el conocimiento y se mantuvo en ese estado hasta que murió 15 o 16 horas después. Sabíamos que esa dosis de heroína es fatal, pero no nos interesaba si él moría o vivía".
El criminal de guerra indicó que, con algunos prisioneros, experimentaba 5 o 6 veces, "observando la acción de la correhuela coreana, bactal y semillas de ricino". Detalló que un prisionero ruso quedó tan exhausto de los experimentos que ya no se podía experimentar más con él, y ordenaron que lo mataran inyectándole cianuro de potasio. "Luego de la inyección, el hombre murió inmediatamente. Los cuerpos eran enterrados en el cementerio para ganado del escuadrón", dijo, añadiendo que estuvo presente durante los fusilamientos de 3 detenidos a los que les realizó experimentos.

Uso de armas bacteriológicas
El Ejército de Japón también probó sus armas bacteriológicas en el campo de batalla, en particular, durante el enfrentamiento con las fuerzas soviéticas y mongolas a mediados de 1939 en la zona del río Jaljin Gol. Los experimentos de contaminación del terreno con bacterias de tifus abdominal se llevaron a cabo en las noches del 29, 30 y 31 de agosto, según detallaron posteriormente durante interrogatorios exmilitares del país asiático.
En 1940, la expedición especial del general Shiro Ishii llevó a cabo una operación militar en la China central, lanzando desde un avión pulgas infectadas con la peste en la zona de la ciudad de Ningbo, lo que provocó un fuerte brote de peste entre los civiles y soldados, causando la muerte de miles de personas.
En 1941 y 1942, las operaciones de aplicación práctica de la peste se repitieron en Changde y Zhanjiang, en la China central. Los operativos no solo tenían un carácter experimental, sino también táctico, con el objetivo de exterminar masivamente a los soldados chinos en medio de la retirada estratégica de las tropas japonesas en esa área.

Crímenes no castigados en un juicio liderado por EE.UU.
La rápida ofensiva de las tropas soviéticas en agosto de 1945 frustró los planes de los militares japoneses de utilizar armas bacteriológicas en las operaciones de combate. Con el fin de ocultar las huellas de sus actividades criminales, el mando del Ejército de Kwantung se vio obligado a dar la orden de destruir los edificios de los escuadrones 731 y 100, sus sucursales, la base de laboratorios, las reservas acumuladas de armas bacteriológicas, la documentación y los resultados de los experimentos. Por eso, cuando el Ejército Rojo llegó, las instalaciones secretas estaban en ruinas. Pero aun así, se logró encontrar algo.

Tras la rendición del Imperio japonés, que fue ratificada el 2 de septiembre de 1945, la URSS solicitó a EE.UU. y a otros aliados que entregaran a los científicos más importantes de los escuadrones mortíferos, entre ellos Shiro Ishii. Pero recibió una respuesta negativa. Los 'socios' decidieron llevar a cabo entre mayo de 1946 y noviembre de 1948 su propio juicio, que pasó a la historia como el Proceso de Tokio. Se juzgó a 29 japoneses acusados de crímenes de guerra, pero la mayoría de los desarrolladores de armas bacteriológicas obtuvo inmunidad a cambio de información (entre ellos se encontraba el jefe de la Unidad 731).
Las fuerzas estadounidenses –principalmente el general Douglas MacArthur, quien aceptó en nombre del Gobierno de EE.UU. la rendición de Japón– creían que juzgar a estas personas impediría que el país norteamericano obtuviera la información médica que se había documentado en estos experimentos. Debido a esa decisión, la mayoría de los implicados en los experimentos no fueron castigados por sus crímenes. Por el contrario, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos se reincorporaron a la sociedad y tuvieron carreras muy exitosas en sus campos.

Juicio en la URSS
Al mismo tiempo, tras la derrota del Ejército de Kwantung, más de 600.000 generales, oficiales y soldados japoneses se rindieron a los soviéticos. En los campos de prisioneros de guerra, las autoridades de seguridad de la URSS llevaron a cabo entre 1945 y 1948 una búsqueda de militares y civiles del país asiático que habían participado en el desarrollo de armas bacteriológicas y sus métodos de aplicación.
En diciembre de 1949, se celebró en Jabárovsk un juicio contra 12 antiguos militares japoneses que se habían dedicado al desarrollo, la producción y las pruebas de armas bacteriológicas durante la Segunda Guerra Mundial. Al ser declarados culpables de preparar una guerra bacteriológica, 4 generales fueron condenados a 25 años de prisión en un campo de trabajo correccional, mientras los otros 8 acusados recibieron entre 2 y 20 años de prisión en campos.
El tribunal militar no condenó a ninguno de los acusados a la pena de muerte, ya que en el momento de dictarse la sentencia tal castigo había sido suspendido temporalmente en la URSS. Además, todos los que fueron sentenciados a penas largas fueron liberados antes y pudieron volver a su patria.
Eso pasó debido al hecho de que, el 19 de octubre de 1956, los Gobiernos soviético y japonés firmaron la Declaración Conjunta, que restableció las relaciones pacíficas entre las dos naciones (a pesar de la capitulación incondicional del imperio asiático en 1945, Tokio y Moscú estuvieron formalmente en estado de guerra hasta esa fecha). Uno de los puntos del acuerdo incluía que "todos los ciudadanos japoneses condenados en la URSS serían liberados y repatriados a Japón". La política soviética para normalizar las relaciones con Japón se basaba en el deseo de mantener la paz en sus fronteras del Lejano Oriente y ampliar el número de países leales o neutrales a la Unión Soviética y, en aquel momento, el primer ministro japonés era Ichiro Hatoyama, líder del Partido Liberal Democrático, conocido por su disposición a mejorar los vínculos con la nación socialista.

Atrocidades que no se pueden olvidar
Por su parte, Tokio no reconoció a los torturadores como criminales de guerra y ellos mismos tampoco se estimaron culpables. Con su amplia experiencia, incluso abrieron sus propias clínicas y hospitales en el país asiático, y se convirtieron en personas ricas y respetadas.
En Japón hay un museo dedicado a la Unidad, que es muy visitado por turistas de todo el mundo, pero sobre todo por japoneses. Si a los alemanes les produce emociones negativas visitar el complejo conmemorativo del campo de concentración de Buchenwald, los jóvenes japoneses a menudo salen de su museo con la sensación de haber visitado un santuario nacional.
Sin embargo, nadie ha olvidado sus atrocidades. En particular, en Harbin existe el museo de Pruebas del crimen del Ejército japonés que invadió China: museo de la Unidad 731. La colección incluye fotografías conservadas, una escultura de una mujer abrazando a su hijo, y junto a ella, unos 'científicos' japoneses y otras piezas que confirman, una vez más, que lo que hicieron las unidades 731 y 100 fue un crimen.
